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Más allá de Michiquillay


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Una de las más graves preocupaciones de sector extractivo minero está en los desafíos que presenta la sostenibilidad de su actividad. Los próximos días estaremos ante la inminencia de un nuevo operador minero que se haga cargo del proyecto Michiquillay. ¿Cuáles son las implicancias generales que este nuevo operador debe desafiar? ¿Dónde radica el mayor riesgo y las posibilidades de éxito de su inversión? ¿Qué debe hacer este nuevo operador para edificar un proceso corporativo que le garantice eficiencia, alta productividad y desempeño operacional de clase mundial? ¿Qué elementos deben estar al centro de su gravedad y cómo articularlos desde allí hacia las diversas capas estratégicas que definen su éxito corporativo? ¿Cuál es el rol y funcionalidad ideal del Estado frente a este proceso? ¿Cómo deben apoyar y articularse Proinversión, MINEM, MINAN, OSINERGMIN, los gobiernos locales y las diversas direcciones regionales de Salud y Educación en esta gesta? ¿Qué mecanismos y metodologías se deben imprimir para operar con fluidez, con menos riesgos sociales en búsqueda de la legitimidad de origen? Todos estos cuestionamientos deben hallarse más allá de Michiquillay y su proceso concursal.

Hoy en día, los modelos de gestión corporativa, en especial, los del sector extractivo, exigen un replanteamiento de su esencia. Ya no es posible pensar y actuar solo enfocados en los riesgos financieros o la autoexigencia de la productividad a ultranza. Hace mucho tiempo que aspectos tan densos y complejos como los temas ambientales y sociales han puesto en riesgo la reputación y sostenibilidad del negocio. No advertirlo es un acto temerario de irresponsabilidad. Ante ello, ¿qué hacer? ¿cómo actuar?

El pasado 2006, el Estado peruano decidió, en concertación con las comunidades campesinas de Michiquillay y La Encañada, ingresar en un esquema de proyecto minero que le daba a estas comunidades la oportunidad de obtener un interesante Fondo Social, producto de la venta del proyecto en una licitación internacional. Dicho fondo se constituyó con el 50% de lo que pagara el otrora gnador de aquella licitación: Angloamerican. Hoy, según información sobre el particular, después de 10 años de gestión del Fondo, tiene algo más de 150 millones de dólares en sus arcas para la promoción, diseño y ejecución de proyectos sociales y productivos en estas comunidades.

¿Por qué no se ha podido gestionar con éxito dicho Fondo? ¿Cuál ha sido la razón o razones de fondo, valga la similitud del término, que han impedido hacer un uso efectivo de este Fondo Social? ¿Acaso el tema pasa por escasas capacidades técnicas de sus gestores? ¿Ha sido, tal vez, la estructura orgánica de este Fondo la que ha conspirado contra su eficacia y efectividad? ¿Qué tienen que ver los mecanismos políticos institucionales de ambas comunidades en este tema? ¿O es la empresa operadora , en su momento, la que ha tenido responsabilidad en el fracaso efectivo de esta gestión del Fondo? ¿Qué hay del Estado, en sus diversos niveles? ¿Se involucró? ¿Cómo participó?

Si hay algo que debe revisarse y atacarse a la brevedad, más allá de Michiquillay, es el modelo de gestión de nuevo Fondo Social para la viabilidad de esta operación extractiva. Su abordaje va a ser central para la viabilidad y sostenibilidad de la operación minera. Una escasa revisión de las lecciones aprendidas del proceso podría ocasionar nuevos atrasos y perjudicar la fluidez de los programas de inversión; así como la percepción de su utilidad. Que no nos quite el sueño, el proceso de licitación, ello ya está cerrado. Ya debemos estar pensando cómo diseñar y cogestionarlo este Fondo para demostrar que los beneficios de la minería son reales y ejemplares. Para inicios del próximo año habrá un monto importante de dinero adicional que irá a este Fondo Social. Este asunto, desde mi punto de vista, va a ser central en la legitimidad de origen del proyecto y la sostenibilidad de las operaciones. Cuidado con ello.

Michiquillay puede y debe convertirse en el modelo de minería moderna que rescate la importancia de este sector para todos los tipos de desarrollo que necesita nuestro país. Empezando, ciertamente, por ese imprescindible desarrollo económico de estas zonas deprimidas de Cajamarca que ya no deben esperar. El éxito de su gestación y futuro gobierno podría determinar un nuevo encuentro entre minería y comunidad. A partir de aquí, más allá de Michiquillay, podríamos estar dando a luz nuevas historias de relacionamiento propositivo.

Sin embargo, si dejamos que su operación se contamine por la improvisación y el apuro, el desgano, la arrogancia técnica, el interés individual mal sano, el protagonismo corrosivo o la intervención política tendenciosa, veremos un nuevo proyecto minero morir en el intento. Las condiciones son muy buenas, pero los retos al fracaso también están presentes en su cotidianidad. Por algo se fue Angloamerican. No desperdiciemos la oportunidad de un ejemplo de minería que le diga al país y al mundo entero que la minería y las poblaciones directamente impactadas pueden trabajar en un esquema de valor compartido que eleven la reputación del operador pero a la vez condicione nuevas vías de desarrollo sostenible en las poblaciones adyacentes.

* Mapa tomado de http://www.proyectosapp.pe/modulos/JER/PlantillaProyecto.aspx?ARE=0&PFL=2&JER=5631


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