¿Restegia o Resenfo?
De Estrategia Corporativa a Enfoque de Gestión: RSC en la era de la sostenibilidad
Hace aproximadamente 30 años empezamos a discutir sobre responsabilidad social corporativa (RSC) y su real impacto en la sociedad. Su evolución ha sido importante y hoy nadie discute su importancia estratégica en la promoción de la buena imagen y reputación corporativa. Acuñamos, en uno de nuestros últimos artículos, la frase #RESTEGIA para referirnos a la RSC como una estrategia de posicionamiento corporativo, pero no como un enfoque de gestión medible, auditable y sostenible. Ahora hemos denominado #RESENFO a aquel enfoque innovador que incorpora la RSC como un modelo de gestión de impacto real y medible en el desempeño corporativo sostenible.
Muy pocas veces, sino casi nunca, el sector corporativo evalúa el impacto real de sus programas y proyectos de responsabilidad social. El board de las compañías y la alta dirección ejecutiva no se centra en su impacto real sino en cómo, estos programas y/o proyectos ayudan en el posicionamiento y promueve la buena la reputación de la compañía. Esto es perfectamente válido para las empresas, pero considero que está poco aprovechado y, para algunos críticos, tiene un cuestionamiento ético al fondo del proceso.
En nuestros estudios realizados a diversas empresas globales, no hemos encontrado indicadores claves de gestión ni mecanismos de evaluación de desempeño que vinculen al impacto del programa y/o proyecto de responsabilidad social en sí mismo con la mejora sostenible del entorno inmediato. Incluso el modelo SROI (Social Return on Investment) es insuficiente ya que no se centra en lo que impacta sosteniblemente el aporte. Lo que sí existe es una narración detallada de los programas y proyectos, así como los montos económicos invertidos y los beneficiarios identificados para ello. Sin embargo, muchos de estos programas y/o proyectos no son evaluados en su impacto real, pudiendo incluso ser un gasto adicional sin retorno efectivo para las compañías.
Apelemos a un ejemplo concreto. Si una empresa petrolera o minera desarrolla una inversión social en un proyecto de su programa anual de responsabilidad social para mejorar la calidad educativa de familias y comunidades a su alrededor, no se preocupan si estos programas tuvieron un efecto real en el cambio de vida de estas familias o si mejoraron los rendimientos académicos de los estudiantes involucrados; o si necesitan un acompañamiento cotidiano y mayor para que este fortalecimiento de capacidades sea productivo y sostenible. Ni tampoco se centran en la evaluación continua al proceso ni se preocupan por una programación financiera plurianual. Se cumple con el plan anual de RSC y allí culmina el aporte.
Es cierto, no es responsabilidad de la empresa hacer ese acompañamiento ni programación plurianual. Lo debe hacer el estado. Pero aquí se convierte el proceso en una omisión peligrosa al no continuar con su seguimiento y medición de impacto. Lo que si aborda la empresa es el número de personas impactadas, el monto de dinero invertido y que sea un actor o institución clave en el espectro de stakeholders que lo rodea. Luego, el diseño y desarrollo de una campaña publicitaria alrededor de ello que algunas veces evidencian un desesperado #greewashing.
Es por ello que muchos programas y/o proyectos de RSC no terminan legitimándose en los diversos stakeholders involucrados ni en la opinión pública; y los costos invertidos en ello resultan con escaso retorno efectivo para las compañías que invierten en ello. Las empresas no advierten que pierden una gran oportunidad de legitimación de origen, al seguir con este modelo anacrónico y precario en resultados. Si el abordaje trascendiera la estrategia para instalarse en un enfoque real de gestión, los resultados de legitimidad y sostenibilidad fueran otros.
Distinto sería si, por ejemplo, por el impacto positivo o negativo de esta inversión se evaluara el desempeño del gerente responsable y su equipo técnico o si se vinculara estas mismas actividades con indicadores claves de gestión del propio equipo responsable, y en consecuencia, de la empresa en general. Al final, que estos desempeños impacten en los bonos anuales y la evaluación de la carrera profesional de los gerentes y técnicos responsables de llevar al cabo el proceso. Aquí, estoy seguro que habría una mayor preocupación por resultados sostenibles.
Es por ello, que las auditorías internas de la empresa frente a este tipo de programas de inversión social solo evalúan que se haya realizado efectivamente dicha inversión, que el beneficiario haya sido impactado y que los reportes sean consistentes con los planes desarrollados. Sin embargo, no evalúan si tuvo un beneficio real en las familias beneficiarias y si estos beneficios e impactos son efectivamente sostenibles. No hay un #compliance riguroso porque, además, no está en las políticas de RSC de estas empresas la preocupación genuina por la sostenibilidad del entorno, sino una simple estrategia de responsabilidad social para el dimensionamiento reputacional.
Cuando hablamos de migrar de RESTEGIA a RESENFO nos referimos a ello. Ir más allá de los resultados anuales y las metas de cumplimiento operativo. El sector corporativo, en el marco de los ODS 2030, por ejemplo, tiene una gran oportunidad para evaluar este desempeño. Solo tiene que enmarcarse en estos 17 objetivos con sus 169 metas para que se mida realmente su impacto sostenible. Por ejemplo, en temas tan presentes y necesarios como economía circular, trasformación digital o economía verdes, inclusivas y colaborativas; así como en aspectos tan básicos, pero siempre presentes como educación y salud para los menos favorecidos.
El abordaje debe ser integral. Desde la evaluación del efecto que se logra en sus propios colaboradores internos hasta la incorporación de mediciones reales de impacto sostenible en las familias y comunidades donde estas empresas operan.